Texto
completo de la catequesis del Papa:
¡Hermanos
y hermanas, buenos días!
Me
alegra darles la bienvenida a mi primera Audiencia general. Con profunda
gratitud y veneración tomo el "testigo" de las manos de mi amado
predecesor Benedicto XVI. Después de Pascua vamos a reanudar las catequesis del
Año de la fe. Hoy quisiera detenerme sobre la Semana Santa. Con el Domingo de
Ramos comenzamos esta Semana - centro de todo el Año Litúrgico- en la que
acompañamos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.
Pero
¿qué puede significar para nosotros vivir la Semana Santa? ¿Qué significa seguir
a Jesús en su camino del Calvario hacia la Cruz y la Resurrección?
En
su misión terrenal, Jesús recorrió las calles de Tierra Santa; llamó a doce
personas simples para que permanecieran con Él, compartieran su camino y
continuaran su misión; las eligió entre el pueblo lleno de fe en las promesas
de Dios. Habló a todos, sin distinción, a los grandes y a los humildes, al
joven rico y a la pobre viuda, a los poderosos y a los débiles; trajo la
misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló, comprendió; dio esperanza;
llevó a todos la presencia de Dios que se interesa de cada hombre y mujer, como
hace un buen padre y una buena madre con cada uno de sus hijos. Dios no esperó
a que fuéramos a Él, sino que es Él que se mueve hacia nosotros, sin cálculos,
sin medidas. Dios es así: Él da siempre el primer paso, Él se mueve hacia
nosotros.
Jesús
vivió las realidades cotidianas de la gente más común: se conmovió delante de
la multitud que parecía un rebaño sin pastor; lloró ante el sufrimiento de
Marta y María por la muerte de su hermano Lázaro; llamó a un publicano como su
discípulo; sufrió también la traición de un amigo. En Él, Dios nos ha dado la
certeza de que Él está con nosotros, en medio de nosotros. «Los zorros - ha
dicho Jesús - tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo
del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». (Mt 8:20). Jesús no tiene hogar,
porque su casa es la gente, somos nosotros, su misión es abrir a todos las
puertas de Dios, ser la presencia amorosa de Dios.
En
la Semana Santa nosotros vivimos el culmen de este camino, de este plan de amor
que recorre a través de toda la historia de la relación entre Dios y la
humanidad. Jesús entra en Jerusalén para cumplir el paso final, en el que
resume toda su existencia: se entrega totalmente, no se queda con nada para sí
mismo, ni siquiera con su vida. En la Última Cena, con sus amigos, comparte el
pan y distribuye el cáliz "para nosotros". El Hijo de Dios se ofrece
a nosotros, ofrece en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre para estar siempre
con nosotros, para habitar entre nosotros.
Y en
el Huerto de los Olivos, al igual que en el juicio ante Pilato, no opone
resistencia, se da; es el Siervo sufriente ya anunciado por Isaías, que se
despoja de sí mismo hasta la muerte (cf. Is 53:12).
Jesús
no vive este amor que lleva al sacrificio de manera pasiva o como un destino
fatal; desde luego no oculta su profunda perturbación humana frente a la muerte
violenta, pero se entrega plenamente a la confianza del Padre. Jesús se entregó
voluntariamente a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre, en
perfecta unión con su voluntad, para demostrar su amor por nosotros. En la
cruz, Jesús "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2:20). Cada
uno de nosotros puede decir: me amó y se entregó a sí mismo por mí. Cada uno
puede decir este “por mí”.
¿Qué
significa todo esto para nosotros? Significa que éste es también mi camino, el
tuyo, nuestro camino. Vivir la Semana Santa, siguiendo a Jesús, no sólo con la
conmoción del corazón; vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús quiere decir
aprender a salir de nosotros mismos - como dije el domingo pasado - para salir
al encuentro de los demás, para ir hasta las periferias de la existencia, ser
nosotros los primeros en movernos hacia nuestros hermanos y hermanas,
especialmente los que están más alejados, los olvidados, los que están más
necesitados de comprensión, de consuelo y de ayuda. ¡Hay tanta necesidad de
llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y lleno de amor!
Vivir
la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la
Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la
de la entrega de sí mismo que da vida. Es entrar en la lógica del Evangelio.
Seguir, acompañar a Cristo. Permanecer con Él requiere una "salir",
salir. Salir de sí mismos, de un modo de vivir la fe cansino y rutinario, de la
tentación de ensimismarse en los propios esquemas que terminan por cerrar el
horizonte de la acción creadora de Dios. Dios salió de sí mismo para venir en
medio de nosotros, colocó su tienda entre nosotros para traer su misericordia
que salva y da esperanza. También nosotros, si queremos seguirlo y permanecer
con Él, no debemos contentarnos con permanecer en el recinto de las noventa y
nueve ovejas, debemos "salir”, buscar con Él a la oveja perdida, a la más
lejana. Recuerden bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios salió de sí
mismo en Jesús y Jesús salió de sí mismo para todos nosotros.
Alguien
podría decirme: “Pero Padre no tengo tiempo", "tengo muchas cosas que
hacer", "es difícil", "¿qué puedo hacer yo con mi poca
fuerza, también con mi pecado, con tantas cosas?". A menudo nos
conformamos con algunas oraciones, con una misa dominical distraída e
inconstante, con algún gesto de caridad, pero no tenemos esta valentía de
"salir" para llevar a Cristo. Somos un poco "como San Pedro. Tan
pronto como Jesús habla de la pasión, muerte y resurrección, de darse a sí
mismo, de amor a los demás, el Apóstol lo lleva aparte y lo reprende. Lo que
Jesús dice altera sus planes, le parece inaceptable, pone en dificultad las
seguridades que él se había construido, su idea del Mesías. Y Jesús mira a los
discípulos y dirige a Pedro quizá una de las palabras más duras del Evangelio:
«¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de
Dios, sino los de los hombres». (Mc 8:33). Dios piensa siempre con
misericordia: no olviden esto. Dios piensa siempre con misericordia: ¡es el
Padre misericordioso! Dios piensa como el padre que espera el regreso de su
hijo y va a su encuentro, lo ve venir cuando todavía está muy lejos... ¿Esto
que significa? Que todos los días iba a ver si el hijo volvía a casa: éste es
nuestro Padre misericordioso. Es la señal que lo esperaba de corazón en la
terraza de su casa. Dios piensa como el samaritano que no pasa cerca del
desventurado compadeciéndose o mirando hacia otra parte, sino socorriéndolo sin
pedir nada a cambio; sin preguntar si era judío, si era pagano, si era
samaritano, si era rico, si era pobre: no pide nada. No pide estas cosas, no
pide nada. Va en su ayuda: así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su
vida para defender y salvar a las ovejas.
La
Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas
de nuestros corazones, de nuestra vida, de nuestras parroquias,
-
¡qué pena tantas parroquias cerradas! - de los movimientos, de las
asociaciones, y "salir" al encuentro de los demás, acercarnos
nosotros para llevar la luz y la alegría de nuestra fe ¡Salir siempre! Y hacer
esto con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que
ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios quien
los guía y hace fecundas todas nuestras acciones.
Les
deseo a todos que vivan bien estos días siguiendo al Señor con valentía,
llevando en nosotros mismos un rayo de su amor a todos los que encontremos.
(Traducción
de Eduardo Rubió y Cecilia de Malak)
Radio Vaticana
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